sábado, 2 de noviembre de 2013

Lo social, a través de los medios.

El caso:
Hace poco entré a una escuela a trabajar y vi una ambulancia en la puerta. Al ingresar, me encontré con una profesora y le pregunté qué había sucedido. Me dijo que un chico se descompuso, le dio un temblor, y que ya estaba estable nuevamente. Luego de que le pregunté si se sabía qué fue lo que produjo eso, me dijo que no y que, al hablar con la madre le comentó que lo llevó a la sala de primeros auxilios anteriormente pero le dijeron que eran producto de los nervios del chico.
A los cinco minutos, durante el recreo, que es el horario en que entro a la escuela, otros profesores en la sala comentaron el caso. Una docente afirma con total seguridad que ya le había pasado otras veces eso al chico y que la madre nunca lo había llevado al hospital. A partir de esto, emergieron otros juicios de valor: sobre la madre, la organización familiar, el contexto de proveniencia, etc. Todas las opiniones respondían a representaciones de los docentes que daban cuenta de una identidad virtual del joven y su familia desacreditada. Entonces la profesora que me encontré cuando recién ingresé a la escuela interviene y comenta lo que ella habló con la madre. Pero las respuestas sólo fueron “ah, puede ser”. Todos se levantaron y salieron a las aulas luego de un silencio incómodo.
Cuando ingreso al aula, me encuentro con la novia del chico, que también había resultado ser mi alumno, y me explica que se lo llevaron a la casa por el suceso ocurrido. Ese día, los estudiantes tenían una evaluación en mi asignatura. Ese chico, en otras oportunidades venía expresando inseguridades sobre su propia inteligencia, lo que llevó a varias conversaciones sobre la confianza en uno mismo, la autoestima, la tranquilidad frente a los exámenes, dialogar ante dificultades. Pero él insistía: “yo soy como esos chicos que se muestran en la tele, no soy inteligente.”
Entonces pienso…
En relación con las dimensiones educativas de los espacios sociales, encuentro cierta concordancia con lo que plantean Huergo y otros al afirmar que “en los espacios y prácticas sociales es posible observar una dimensión educativa, en cuanto en ellos se producen interpelaciones, “llamados” a ser de determinada manera, a hacer de algún modo las cosas, a pensar, a adherir a valores, etc.; y ante esas interpelaciones, los sujetos experimentan reconocimientos, incorporando al menos algún aspecto de esas interpelaciones. En una palabra, toda la cultura posee una dimensión educativa y formativa.” Con lo que puedo reconocer, tanto en los docentes, como en los alumnos y en sus familias, ciertos aprendizajes que nacen de las relaciones sociales. En función de esas prácticas interrelacionadas conforman un modo de ser que, indefectiblemente, está determinado por modos de pensar sobre un objeto determinado. Por ejemplo, las formas de pensar y opinar sobre el alumno y el episodio.
Sin embargo, muchas de estas formas de pensar nacen de los medios de comunicación. Gallino sostiene que “la mayoría de los modelos mentales y de los esquemas de comprensión e interpretación disponibles en una sociedad “tecnocultural”, son producidos y puestos en circulación por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Esos son los modelos y esquemas que en gran medida permiten la comprensión de la vida y el mundo.” Es que últimamente vengo pensando sobre  el modo en que, muchas veces, las opiniones que hacemos en los espacios compartidos están impregnadas de representaciones mediáticas sobre cuestiones puntuales. 
La juventud es una cuestión puntual. Desde hace muchos años es objeto de discusión en la escuela, en los hogares y en la TV. Ya había planteado este tema en otra bitácora: los medios de comunicación no están ajenos a la conformación de las ideas que desarrollamos respecto de algo, de nuestras representaciones sociales en torno a determinados objetos.
Me da la sensación de que, hoy en día, al menos hacia el interior de la escuela, se disputan la responsabilidad o la culpa sobre la “perdición de la juventud” o sus condiciones de vulnerabilidad, marginalidad, desintegración, etc., entre la escuela –a través de los docentes– y las familias. En el caso que presenté arriba, se ve que algunos profesores se vieron llamados a culpabilizar inmediatamente a la madre –en representación de la familia– por lo que le sucedía al chico: “la madre no lo lleva al hospital y encima la familia anda en cosas raras. Por eso le pasan esas cosas. Después nosotros nos tenemos que hacer cargo y somos los responsables de que no se eduquen y anden en cualquier cosa”, sentenció una docente y otros asintieron. Estableció, inmediatamente y sin nada objetivo, una relación entre el episodio y símbolos de estigma.
Lamentablemente, no puedo dar cuenta de ninguna opinión de alguna familia. Pero si puedo hablar de cierta representación social de algunos sectores, no de todos claro, de que “la escuela te tiene que hacerse cargo, está para eso”, aludiendo a que debe intervenir en la totalidad de las problemáticas del sujeto en todos los ámbitos. Sin comprender dentro de sí, que la responsabilidad pasa por acompañar, sin excluir la responsabilidad de los otros.
En definitiva, según mi parecer, se trata de una lucha representacional en la que vamos interactuando en espacios socialmente compartidos, en espacios que tienen dimensiones educativas. Pero si esas dimensiones están cerradas en una polarización de “culpabilidades”, el modelo de socialización propone una idea de sociedad desanclada de la realidad social en términos globales. ¿Hacia dónde vamos como sociedad y cuáles son los aprendizajes de las experiencias? Estamos en un punto en que echamos culpa a las partes y no miramos el camino recorrido de manera global. Esto desorienta a la juventud que, justamente, es la que queda en el medio de todo, desorientada.
En este sentido puedo coincidir con Barbero cuando dice que “lo que hay de nuevo hoy en la juventud, y que se hace ya presente en la sensibilidad del adolescente, es la percepción aun oscura y desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización: ni los padres constituyen el patron-eje de las conductas, ni la escuela es el único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la cultura. La lúcida mirada de M.Mead apuntó al corazón de nuestros miedos y zozobras: tanto o más que en la palabra del intelectual o en las obras de arte, es en la desazón de los sentidos de la juventud donde con más fuerza se expresa hoy el estremecimiento de nuestro cambio de época.” No podemos permitirnos que la juventud perciba un “pase de la pelota” de unos a otros sin ofrecer respuestas, ni que depositemos la responsabilidad del futuro plenamente el ella. La juventud delimita los cambios de época y existe cierto imaginario de que son el futuro, pero solos no pueden producir los aprendizajes para construirlo.
Barbero también no dice que “estamos ante la formación de comunidades hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos.” Necesitamos desprendernos de esas miradas que encontramos en la escuela en torno al caso presentado: echar la culpa al otro, buscar en el otro el punto de quiebre. Necesitamos mirarnos como sociedad y preguntarnos cómo es que, muchas veces y la mayor parte del tiempo, estamos construyendo imaginarios, representaciones, opiniones, actuando, realizando prácticas sociales, etc, basadas en aquello que percibimos en los medios. Se trata de reconocernos mutuamente fuera de ese otro espacio mediático, reconocernos de manera directa: como diferentes, como iguales, como singulares y plurales, diversos. Se trata de reconocernos en la autenticidad y no en la representación mediática.

Si esto no sucede, podría pasar, con los medios de comunicación y su carácter educativo, lo que Prieto Castillo nos advertía respecto de la información. En la primera bitácora lo expresaba de la siguiente manera: “la información adquiere valor en sí misma. Así, la circulación de ésta mantiene una linealidad que erosiona los saberes. En la escuela, muchas veces, aparecen estas formas de “desarrollo” de las clases. Se desdibujan, de este modo, además, la relación entre lo local y lo global y la comunicación en sí misma. No existen idas y vuelta en los procesos comunicacionales y se asume que la cantidad de información per se implica comunicación.” Con los medios sucede lo mismo, así como se desdibuja lo local de lo global, lo hace lo particular en términos sociales de la sociedad en su conjunto. Se asume lo representado por lo real y, muchas veces, se anulan los procesos comunicacionales directos entre los sujetos.
Adrián Tijonchuk

2 comentarios:

  1. Hola Adrán.
    Me quedo pensando en esta cuestión del reconocimiento de la que hablás al final y la dificultad que tenemos los docentes para abrir espacios que funcionen en ese sentido. En su lugar aparece la reproducción de información insensata: tanto la información/supuesto conocimiento que se les transmite a los chicos para que reproduzcan en la evaluaciones, como la información/opinión con la que se intenta representar la subjetividad juvenil.
    En este punto pareciera no ser suficiente una cambio en la mirada a partir de la probletización de las representaciones heredadas. Sería necesario un cambio en las propias prácticas escolares, lo cual supondría sacrificar transmisión de conocimiento por re-conocimiento que se consigue dialogando. Es decir, percibo que lo que todo este caso nos interpela a repensar es el equema comunicacional escolar tradicional (secuencial, vertival, unidereccional) que en lugar de encapsularse hacia su interior, renegando del contexto (familiar, mediático, etc.), necesita reubicarse de cara a las transformaciones culturales en curso.
    No sé, una idea.
    Saludos

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    1. Pablo, es interesante tu comentario. Un cambio en "la mirada", es sólo eso. La transformación implica abarcar un poco más la acción comunicativa desde el hacer. Creo que es necesario modificar el sistema educativo, mirándolo desde los procesos educativos que allí se despliegan, y a partir de ello elaborar estrategias. Invitar a los estudiantes a traer sus "formas de aprender" para poder acompañar ese aprendizaje y orientarlo. Pero el cambio no debe darse sólo en la escuela, sino que debería implicar a la familia y los espacios de institucionalización de la relaciones de los jóvenes de manera articulada. Es complejo, requiere presupuesto, tiempo y mucho y trabajo, estoy de cuerdo; pero nada se construye de la noche a la mañana. El diálogo de ida y vuelta, abrir nuevos canales entre los actores, detenernos en la comunicación social y poder despegarnos de las representaciones que fijan algunas ideas erradas sobre diversas temáticas y sus formas de acercarnos a ellas para abordarlas, podría ser un camino. El reconocimiento del otro, de que somos iguales y diferentes en simultáneo es necesario. Educar desde valores, pero previamente indagar sobre las nuevas significaciones que se les atribuyen a los diversos valores. Todo cambia, inclusive eso. Es también una opinión, una idea.

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